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Ser real o ser normal

Cómo empezar un escrito sobre el que no se sabe qué escribir cuando ni siquiera sabes qué estás pensando en tu cabeza, cuando la realidad se confunde con lo más profundo de tu inconsciente haciéndote dudar hasta de tus propias experiencias.


Cómo empezar a escribir, si el conjunto de pensamientos que rondan por tu cabeza se convierte en una masa homogénea donde es imposible identificar unos de otros. Es como vivir en un mundo paralelo donde solo se oyen ecos de un mundo real, un mundo que te llama a aterrizar, pero que no resulta lo suficientemente convincente como para llevarte a hacerlo. Habrá que recurrir a algún método desconocido para lograr descifrar al menos uno de los pensamientos que conforman esa masa, algo que permita mostrar que ese mundo paralelo no es tan irreal como parece, tan abstracto como todos creen. Habrá que demostrarle al mundo que algo de normal tiene esta locura, aunque ni siquiera sabremos si valdrá la pena.


Pero ¿qué es lo normal? ¿extrapolar esa masa homogénea de pensamientos y adaptarlo al imaginario colectivo? Sería como continuar en un mundo paralelo, un mundo sin consciencia compuesto por reacciones automáticas, pero sin justificante racional más allá del concepto de normalidad. Es seguir con la masa homogénea de nuestros pensamientos, pero bloquear su existencia para darle paso a valores y lineamientos impartidos por una sociedad a la que decidimos llamar conciencia y a la que respondemos fielmente casi de una manera religiosa.


Pero si es lo normal debemos pretender serlo. Habrá que empezar por desenredar esa maraña de pensamientos que están en continuo movimiento como átomos que no se pueden identificar claramente, pero que se sabe que ahí están. Devolverles la importancia que por tranquilidad en algún momento decidimos quitarles. Tocará revivir esa batalla que creímos perdida.


Y acá estamos. Hay ideas sobre la vida, el futuro, los propósitos, deseos, gustos, preferencias... ¿Serán auténticas?, ¿serán mías? ¿Cómo identificar aquello que me ha sido impuesto si ni siquiera consigo identificar qué es real, qué pertenece a mi mundo y qué al de los demás?


No parece estar valiendo la pena tanta consciencia.


¿Escribiré sobre lo que realmente me gusta o lo haré sobre aquello que algún día dijeron que debía gustarme? No lo sé, pero sobre algo escribiré.


Aparece un ruido. De repente aquello homogéneo pero tranquilo empieza a cobrar vida. No es ya solo un conjunto de átomos en movimiento, ahora los acompaña un sonido; tampoco se entiende, pero ahí está. Parece un radio mal sintonizado, muchas voces hablando, ¿o será solo una? Ahora todo es más confuso, pero a la vez más claro.


Esa masa homogénea indescifrable comienza a transformarse en algo reconocible, aunque todavía es abstracto. El conjunto de ideas y pensamientos que la conforman comienzan a desenredarse, a tener identidad propia, pero todavía no sé si es real, todavía no sé qué escribir.


¿Será que nadie oye voces? ¿Que la normalidad del individuo se traduce en la unidad de pensamiento o al menos en la identificación clara de éstos? ¿Cómo hacen las personas para tomar decisiones? ¡Que alguien me enseñe! ¿Sobre qué escribo?


Finalmente se deshizo la masa ¿Escribo sobre mi vida?, ¿sobre mis problemas?, ¿sobre mi profesión?, ¿sobre mis hobbies?, ¿mis preferencias?, ¿mis gustos?, ¿mis aspiraciones?, ¿mi familia?, ¿amigos?... Podría hablar sobre cualquier cosa, pero al tiempo no podría hablar sobre ninguna; es tanto lo que hay, pero a la vez tan poco que ¿qué puedo decir? y mejor aún ¿cómo puedo decirlo? Si solo existe en mi mundo, ¿qué puedo contarle a los demás?


Volvemos al comienzo, aunque hay que reconocer que hemos avanzado. Ese mundo paralelo ha cobrado sentido; está más claro, pero sigue mezclado con un poco de irrealismo. Se niega a ceder ante una realidad incongruente, simple, básica y sencilla, ¿Tendremos algo que aprender de ahí? No parece una respuesta fácil, pero debemos ser normales.


Aparece un nuevo problema. Las ideas y conceptos mentales que componen la masa, el conjunto homogéneo de mis ideas, no son más que un grupo de imágenes proyectadas sobre la corteza interna del cerebro sin ningún orden ni sentido, pero con un ruido de fondo que las acompaña, ¿podré imprimir alguna? o en su defecto ¿todas? ¿Si no puedo siquiera identificarlas con claridad visual, cómo podré entonces comunicarlas con palabras? Será un gran trabajo, pero no puedo rendirme.


Las ideas empiezan a mezclarse nuevamente. El esfuerzo por separar cada uno de los átomos de esa masa homogénea parece estar consumiéndome la energía mental. Las voces aumentan el volumen, pero comienza a entremezclarse más. Qué cantidad de ruido, qué cansancio, qué debilidad ¿Puede ser un proceso mental tan desgastante? No puedo darme por vencida, no puede ser tan difícil ser normal.

Voy a escribir. Tal vez la mejor manera de hacerlo sea lanzarse al vacío, enfrentarse a ese espacio en blanco que espera ser llenado de alguna manera coherente, interesante; será enfrentarme a mis propias voces, quizá hablar más fuerte que ellas o quizá mantenerme en silencio para lograr entenderlas. ¿Y si las ignoro?, ¿o será que es esto lo que he estado haciendo durante este tiempo? No logro percibir qué es real.


¿El problema estará en la consciencia, en el pensamiento obligado, en la necesidad de escribir como “debo” y no como me nace hacerlo?


Creo que lo solucioné.


Es la autenticidad la esencia misma de mi ser ¿Por qué cuestionar entonces mi proceso de pensamiento?, ¿mis ideas gráficas?, ¿el contenido enredado y entre mezclado? ¿Por qué juzgar las voces que me acompañan o por qué querer apagarlas? Soy lo que soy y lo que me compone, no hay nada más que entender.


Esa masa homogénea, sonora y gráfica funciona como tiene que hacerlo, como espero que lo haga. El problema está en querer controlarlo, ya está. Soy solo un intermediario entre mi pensamiento y el mundo real; una mezcla de esto y de aquello.


Ya sé sobre qué escribir. Escribiré sobre la vida, sobre mi vida. Sobre cómo empezar un escrito cuando no sé qué escribir.

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